Querida Irene:
Hace un mes, llegaste. Nos alegraba la noticia de saber que vendrías.
Recuerdo el día en que yo me enteré de tu llegada. Me quedé helada, sin palabras. Realmente, nunca me había quedado sin palabras como aquella vez. Sin embargo, después de haberlo asimilado, me alegré demasiado. Yo te esperaba con mucha impaciencia (he de confesar que pocas veces en mi vida he sentido una impaciencia tan desesperada como la que me hiciste pasar, Irenita).
El tiempo iba pasando y quería ya realmente que llegara el día en que te diéramos la bienvenida de una manera más formal. El 28 de noviembre organizaron una especie de "pre-bienvenida" a la cual, debo decir que asistí con demasiado entusiasmo. Hicimos varios juegos y, gracias a tu celebración, vi a mi ark mher.
Y así, transcurrían - l e n t a m e n t e - los atardeceres, hasta que llegó el día.
Recuerdo que yo ya sabía que llegarías exactamente el 21 de diciembre. Debo confesarte, pequeña, que ha sido algo extraño. No preguntes cómo, ni por qué. Aunque yo te esperaba con tantas ganas, sabía que llegarías ese día... Y así fue.
Ahora bien, Irene. Has llegado, alegrado y llenado de color miel muchas vidas y corazones, incluyéndome.
Quiero darte la bienvenida, a través de este texto, a tu nuevo hogar.
Has estado mucho tiempo en un mundo diferente al que llegaste. Te costará adaptarte, así como lo has venido haciendo durante este mes que llegaste. Y te llevará muchísimo tiempo, más del que imaginas, seguirte adaptando.
No quiero quitarte las ganas de vivir con las que respiras en cada instante. No Irene, por supuesto que no. Cabe mencionar que has escogido un camino aparentemente fácil, aparentemente difícil de recorrer. No importa del todo.
¿Te has preguntado, por qué?
Posiblemente, no.
Con el tiempo, has de darte cuenta que eres demasiado afortunada. Tus padres son unas personas que, a pesar del tiempo en el que te concibieron, cuentan con cosas excepcionales como seres humanos.
Jamás te darían la espalda, jamás dejarían de ver por ti.
Te veo y, veo en claro el amor entre tus padres. Te pareces mucho a tu padre, con un encantador toque que tu madre ha dejado en ti.
Y no solo los tienes a ellos. La gente que está a tu alrededor, te considera una parte llena de alegría, dulzura y sensibilidad. Tú, Irene, me llenas de emoción, alegría, esperanza.
Tengo tanta fe en ti. Te siento y destinada a hacer grandes cosas, cultivar tu mente. Aprenderás muchas cosas. Le ruego a Dios porque no tengas que aprender de la misma forma en que tu tía María ha aprendido de la vida.
Aún eres pequeña y frágil. Da tus pasos, a tu tiempo, a tu corazón.
Yo, aquí estaré pequeña Irene. Tu tía María jamás se irá de tu lado.
Solo me queda decirte:
Bienvenida a tu nuevo mundo.
Un mundo compartido entre varias personas. A veces es incómodo, tiene de todo un poco y otro tanto.
Deseo que crezcas y que disfrutes tu estancia. Aquí, en la Tierra...