-¿Estás triste?
-Sí.
-¿Por qué lloras?
-Porque me corté.
-¿Con qué te cortaste?
-Con una espada.
-¿Cómo pasó?
-La espada siempre estuvo en su lugar, que es donde debe de estar. Yo quise tomarla pero no supe como, soy muy torpe. Me corté.
-¿En dónde te cortaste?
-En mi alma y en mi corazón.
-¿En dónde más?
-En ninguna otra parte, pero duele.
-¿Duele mucho?
-Sí. Tanto, que podría alguien morir en vida.
-¿Por qué tomaste esa espada?
-Porque extraño tomar su empuñadura.
-¿Qué más?
-Esa espada fue mi compañera por mucho tiempo. Cuando me sentía desesperada o sola, bastaba con verla, sentirla, saber que ahí estaba.
-Y, ¿qué pasó?
-La he perdido. Ahí está, la puedo ver, pero ya no puedo tenerla entre mis manos. Ya no me está permitido volver a acercarme a ella.
-¿Quién te lo impide?
-La espada misma.
-¿Por qué insistes en recuperarla?
-Porque ella me conoce, lo sabe. También me protegió y enseñó muchas cosas, entre ellas, la sinceridad y el amor en distintas maneras. Algo que nos unía.
-¿Cómo es posible que una espada pudiese hacer eso?
-Ella tiene nombre.
-¿Cómo se llama?
-"El mensajero".